La licantropía vuelve -en realidad nunca se había ido- a la gran pantalla en forma de maldición gitana, como dicta la tradición; los brumosos páramos ingleses son el adecuado escenario que aporta clima y contexto decimonónico a una variante del hombre lobo: alopécico y con relativas semejanzas a La Cosa. Una alternativa al monstruo sin clara identidad propia, que se queda en tentativa al modular entre lo incoloro y lo inodoro al no atreverse a apostar ni por el gore ni por el esteticismo, como nadar entre dos aguas sin querer mojarse. Pero no es cuestión de darle palos a la película, a la postre mantiene alto el interés todo el tiempo, su factura es impecable y dejaremos para otra ocasión el error de casting con el prota, por tanto, no la maldeciremos.
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