Muchas películas y pocas series se han adentrado en el Imperio Romano, pocas series, además, con un nivel que merezcan una consideración elevada. Documentales dramatizados o no aparte, que los hay en abundancia, los mayores hitos son "Yo, Claudio" (1976) de la ilustre BBC, "Roma" (2005) que fue en su momento una de las insignias de la HBO y la mediática "Spartacus" (2010) en la que Starz unió sexo y violencia sin desmerecer en ambos aspectos un mínimo de calidad e interés. Con la llegada de "Los que van a morir" -frase solo pronuncida una vez en los diez capítulos- se abrían expectativas ante una gran superproducción de Amazon que podía entrar en los anales seriéfilos, pero lo que nos han servido es una mediocridad narrativa evidente envuelta en una ambientación y reconstrucción históricas lujosísimas gracias a los avances de la CGI.
Muchos personajes se entrecruzan por las calles de la capital del Imperio, todos ellos con motivaciones de venganza, codicia y poder, es decir, lo que tradicionalmente hemos visto en grandes o pequeñas pantallas como lo más definitorio de aquella Roma mitificada. La realidad es que fue la fusión entre la crueldad y el orden, la conquista y la civilización en un bucle de casi mil años lo que llevó Roma a su declive y destrucción. La serie se centra, por tanto, en lo melodramático e impactante, deja a un lado el rigor histórico y nos inunda de conspiraciones y traiciones desde lo más alto del Imperio hasta lo peor de los barrios bajos de la ciudad para, de vez en cuando, recurrir a las obligadas cuotas de espectacularidad con las carreras de cuadrigas y los combates de gladiadores.
La presencia de Anthony Hopkins, interpreta al Emperador Vespasiano, pretende ser una nota de distinción que se queda en episódica e intrascendente, no sirve para enmendar un guion reiterativo convertido en un cúmulo de tópicos en los que la sangre y la violencia son parte determinante de los lugares comunes a los que se acude constantemente. Al menos podemos afirmar que sus diez horas no aburren, las idas y venidas de los personajes en secuencias cortas le da un ritmo acorde a los tiempos que corren, tiempos en los que conviene evitar largos diálogos que provoquen el zapeo de una audiencia acostumbrada a conceptos e imágenes de consumo apresurado. En fin, la tienen que ver tanto los aficionados a la Historia como los degustadores de productos del momento, aunque probablemente no satisfaga ni a unos ni a otros; hay que estar al día para comentarlo en las pausas del café o el cigarrillo en el trabajo, de algo se ha de hablar en esas ocasiones.