Muchas veces la falta de presupuesto es la excusa de muchos cineastas para no hacer una buena película, y a veces puede ser verdad, pero tienes que ser consciente de tus limitaciones dinerarias y artísticas y adaptar tus ideas a ellas. Y eso es lo que hizo Robert Rodríguez, quien se encargó de dirigir, montar, escribir, de los efectos especiales, del sonido, llevar la cámara y hasta ceder su cuerpo a la ciencia para realizar esta película en la que una idea sencilla pero eficaz da pie a un rabioso divertimento que destila estilo por los cuatro costados. Se salpica con un poco de humor y mala leche y poco importa que los actores canten un poco, literal y figuradamente, el resultado es una padrísima obra de culto.
Mi puntuación: 7/10
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