Han pasado setenta años de su
estreno y esta obra maestra sigue tan magnífica como el primer día. Desde un
comienzo propio del cine negro que deriva hacia un melodrama romántico hasta un
gran giro final, todo ello desarrollado con unos estupendos diálogos gracias a
un brillante guión lleno de sutilezas e ironías. Sin olvidar a un soberbio
Clifton Webb, un joven Vincent Price, un sobrio Dana Andrews y, sobre todo, una
bellísima y subyugante Gene Tierney. Es, sin duda, una de las cinco películas
que me llevaría a una isla desierta (aún no tengo del todo claro las otras
cuatro).
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