A finales de los ochenta no existían las redes sociales, la incomunicación era más difícil de romper, por eso David se aferra a Andy cuando este le ofrece amistad incondicional en una cinta de video. De eso se trata, de la dureza de la soledad y hacia donde puede llevar tal aflicción a una mente desestructurada. No requiere excesos, ni súbitas explosiones de violencia mientras se incuba la patología, eso llegará, si llega, cuando algo encienda la mecha, sea real o producto de una imaginación insana. Un retrato psicológico que el director Jon Stevenson maneja con prudencia, y aunque plantee dudas sobre la lógica en modo, manera y verosimilitud, no se puede negar que atesora sugestión y gancho.
Puntuación @tomgut65: 6/10
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