En esta era de lo políticamente correcto sería inconcebible que un personaje como Conan llegara al cine manteniendo el carácter que su creador, Robert E. Howard, le había conferido en tiempos tan diferentes: un héroe de virilidad sin mácula, de difusa moralidad pero con el férreo código de la fuerza de la violencia, en un mundo imaginario y hostil en el que la espada y la brujería reinan a placer. El controvertido pero brillante director y guionista John Milius asumió el encargo y, contra pronóstico, dio con las teclas adecuadas, sorteó lo grotesco y supo facturar una obra empapada de la épica imprescindible. Para todo ello contó con la decisiva colaboración de Oliver Stone, hoy día reconocido director, en la escritura del guion, y con la portentosa banda sonora de Basil Poledouris, sin olvidar a Arnold Schwarzenegger, que daba el indiscutible tipo físico e inexpresivo. Seguro que Crom, allá en su montaña, sonrió satisfecho.
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