William Friedkin, director norteamericano que lo mismo guisaba un cocido terrorífico de alta cocina como El Exorcista, que elaboraba un estofado policíaco perfectamente condimentado estilo "French Connection". Era en el segundo género, posesiones demoníacas aparte, donde mejor se manejaba el realizador de Chicago en sus ya lejanas y mejores épocas. Buena muestra de ello es este modélico producto ochentero resuelto con dureza, sequedad, ambigüedad moral y potentes escenas de violencia que ha acabado por convertirse en cinta de culto para la cinefilia que devora, por edad y/o preferencias estéticas, el cine de la penúltima década del siglo pasado. En tiempos de mucho ruido y pocas nueces se agradece recordar cuando los nogales daban buenos frutos.
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