Habiendo visto toda la filmografía del director Darren Aronofsky podemos afirmar que ninguna película suya defrauda, y la que nos ocupa no es una excepción, situándose entre sus tres mejores largometrajes y sin duda uno de los mejores de dos mil veintidós. La historia, basada en una obra de teatro inspirada ligeramente en hechos reales, está contada desde el respeto, con gusto y sin caer en la tragedia, aunque será inevitable que nuestro nivel de congoja aumente exponencialmente conforme pasan los minutos. El mérito, más allá de su libreto y realizador, recae como tantos ya han remarcado, en un superlativo Brendan Fraser, que se mimetiza física y psicológicamente con un personaje hecho a su medida y al que dota de una humanidad, una fuerza y un sentimiento pocas veces visto en pantalla para regalarnos y emocionarnos con una película indispensable.
Mi puntuación: 8/10
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