Probablemente a esta distópica metáfora le ha dado pie el actual contexto político en la Turquía de Erdogan, país de procedencia de la película. El primerizo director Orçun Behram opta para exponerla por la parsimonia extrema, extenuante, que parece prolongar la duración del metraje mucho más de sus reales ciento doce minutos, lo que es un lastre casi insalvable. Pero hay un aspecto que salva con nota la función, su carga visual, un trabajo estajanovista de la dirección artística que colma la pantalla de simbolismos, paralelismos y efectos ópticos de notable valor. El Estado omnipresente y su afán de despersonalizar y colmenizar a la población es el mensaje orwelliano que trasluce, lástima que se traslade por una vía harto fatigosa.
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