Gabriele Amorth fue un sacerdote que ejercía las labores de exorcista mayor en el Vaticano. Esta figura real sirve de coartada para que Russell Crowe se permita una juerga demoníaca, patada directa al entrecejo de la credibilidad del padre Amorth, en aras del espectáculo truculento. Nada hay de veracidad o sensatez, ni en el aspecto psicológico ni en el religioso, se trata de ir más lejos que William Friedkin en la excelente El exorcista, y contribuir al subgénero con otra inanidad entre las muchas que van llegando con regularidad a las salas. Poca sangre, sustos facilones y Mr. Crowe haciendo de cura pendenciero y enrollado, un pasatiempo para el actor, seguro que lucrativo, pero de exiguo nivel fílmico.
Puntuación @tomgut65: 4/10
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