Cuatro años después de El doctor Frankenstein James Whale aceptó el reto de rodar una secuela, también se hacían en aquellas épocas, y la Universal le concedió para ello libertad creativa total. No pudo salir mejor la apuesta, tanto al director como al estudio. Setenta y cinco minutos de vertiginosos acontecimientos en un prodigio de condensación argumental y temática -cualquier cineasta contemporáneo necesitaría como mínimo tres horas para explayarse- en una brillante y abigarrada escenografía. Más gótica y expresionista, si cabe, más exacerbada también que la primera, la criatura se humaniza y demanda compañera en otro giro de tuerca al fruto de la imaginación de Marie Shelley, al que Whale dio forma y aspecto sobrepasando los límites del cine para instalarlo en el imaginario colectivo universal. El monstruo por excelencia, el desafío paradigmático de la ciencia a Dios.
Puntuación @tomgut65: 10/10
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