La misantropía patologizada es como la resina: espesa, pegajosa y muy difícil de quitar, y una vez convertida en ámbar atrapa para siempre. Una alegoría presente durante toda esta película danesa, lo que podía ser el paraíso de la soledad voluntaria acaba en endogamia y superstición, y la única salida es la inocencia del ideal roussoniano -el hombre es bueno por naturaleza- que simboliza el personaje de Liv, una niña a la que sus sanos instintos obligan a rebelarse. Repleta de dureza y suciedad, coherente en su lógica interna pero excesiva en los momentos culminantes, las lecturas posibles son tantas como espectadores lleguen a verla.
Puntuación @tomgut65: 6/10
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