Durante cuatro temporadas los chupasangres Strigoi se apoderan de Nueva York e intentan extenderse por todo el mundo. Son unos vampiros nada estilosos y sí muy repulsivos, más parecidos a mutantes alienígenas que a los elegantes Bela Lugosi o Christopher Lee, surgidos de la imaginación a cuatro manos de Guillermo del Toro y Chuck Hogan en una reciente trilogía literaria y que ellos mismos producen y adaptan a la pequeña pantalla.
Tras el visionado global de la serie lo más llamativo es el nivel descendiente: desde un inicio prometedor pleno de buenos momentos rebosantes de misterio y de un elevado nivel en diseño de producción, hasta un final abaratado tanto en resolución argumental como en economía de medios. Las calificaciones de las cuatro entregas, por tanto, nos parecen evidentes: un meritorio siete para la primera, un honorable seis en la segunda, un cinco justito para la cuarta y un deficiente cuatro para la cuarta y última. La media resultante es un cinco y medio, demasiado poco para que merezca la pena zamparse los cuarenta y seis capítulos sin ser un incondicional de cualquier índole de sanguijuela natural, innatural o sobrenatural.
Tras el visionado global de la serie lo más llamativo es el nivel descendiente: desde un inicio prometedor pleno de buenos momentos rebosantes de misterio y de un elevado nivel en diseño de producción, hasta un final abaratado tanto en resolución argumental como en economía de medios. Las calificaciones de las cuatro entregas, por tanto, nos parecen evidentes: un meritorio siete para la primera, un honorable seis en la segunda, un cinco justito para la cuarta y un deficiente cuatro para la cuarta y última. La media resultante es un cinco y medio, demasiado poco para que merezca la pena zamparse los cuarenta y seis capítulos sin ser un incondicional de cualquier índole de sanguijuela natural, innatural o sobrenatural.
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