Desde Alemania, y con un par de años de retraso, nos llega un thriller psicológico a la vieja usanza, como ese cine clásico a lo Hitchcock en el que el trastorno de identidad disociativo, léase doble personalidad, dio tanto juego que acabó por convertirse en un subgénero de pleno derecho. Y buen partido le saca el director Oliver Kienle a todo eso gracias a un hábil guion, a dos jóvenes actrices que dan el nivel sobradamente y a una sobria realización que no se recrea en filigranas innecesarias. Cierto es que hay unas cuantas trampas argumentales que intentan confundir a la concurrencia, pero nada que empañe el buen sabor de boca que deja al final.
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