Una de esas películas poseedoras de un encanto especial e indefinible que las acaba convirtiendo en pequeñas joyas perdurables en el tiempo. Probablemente el secreto se halle en la sencillez de su planteamiento sobre la iniciación y la tolerancia, temas ya muy sobados ciertamente, pero que en este caso Eastwood logra redondear magistralmente sin recurrir a los aspavientos y efectismos simplones tan abundantes actualmente. Protagonizada por él mismo, en un papel para el que nadie parece más adecuado, podría ser una crónica de la jubilación de alguno de sus personajes más emblemáticos como Harry Callahan o el sargento Highway.
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