A alguien de Universal se le ocurrió que el personaje de Norman Bates, el asesino de Piscosis, y su traumatizadora madre, daban para una serie que actuara como precuela, una idea que, parece ser, a nadie se le había ocurrido antes. Y puestos a ello tuvieron el gran acierto de contar con dos actores que han dado la talla, Vera Farmiga y Freddie Highmore. Ambos brillan a un gran nivel, ella a ratos sobreactuada como requiere el papel de neurótica madre, él desde la contención decreciente conforme avanza la psicopatía. Pero el marrón de verdad es para los guionistas, ¿como rellenar cincuenta capítulos a lo largo de cinco temporadas?, pues a base de tramas y personajes secundarios que interactúan con madre e hijo.
Los tres primeros años esas acciones paralelas nada aportaban y el único aliciente era presenciar como iba aflorando la violencia latente en Norman mientras su progenitora tomaba conciencia de ello. En las dos últimas entregas el leitmotiv ya era en exclusiva el aspecto puramente psicológico y, por tanto, el interés aumentaba proporcionalmente. Pero en el año final todas las virtudes que se habían ido atesorando por fin cobraban sentido, incluso al invadir argumentalmente el suelo trazado en la obra original. En lugar de limitarse a copiar, los creadores tomaron un camino alternativo y cambiaron gran parte de lo ya conocido para mostrarnos un nuevo enfoque que lograron encajar con buena nota. No es un producto para grandes audiencias, todo es lento y dialogado, poco comercial, pero una vez se entra en el juego sí es adictivo, irregular con remontes potentes también, además de atrevido, aunque sin escandalizar demasiado a las buenas conciencias, en definitiva y lo más importante, no insulta la memoria de Don Alfred.
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