Un delincuente juvenil que se hace pasar por sacerdote parece más bien la premisa de una comedia, pero lo que tenemos es un drama de tomo y lomo que explora los claroscuros de su complejo protagonista, y del comportamiento humano en general. A lo largo de casi dos horas asistimos a la imprevisible evolución de un pueblo entero donde lo sentimientos se confunden con la moralidad y el límite entre las presuntamente buenas y malas personas se va difuminando progresivamente. Esto es posible gracias a un excelente reparto que nos cautiva con interpretaciones cercanas y llenas de naturalidad en concordancia con una austera y funcional puesta en escena al servicio de una historia verosímil que inexorablemente hace mella en cualquier tipo de espectador.
Mi puntuación: 7/10
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