Kenneth Branagh abandona -momentáneamente- las rentables mediocridades detectivescas para meterse en terreno melancólico con una recreación de su infancia en Belfast, la ciudad en la que nació. Película emotiva a destajo, en la que la inocencia y el núcleo familiar son el antídoto a la violencia y el fanatismo, expuesta en un oportuno blanco y negro para acentuar una carga nostálgica que, sin excesivo ni fácil dramatismo, logra ablandar al corazón más duro. Es un reproche a la ignorancia e intransigencia que campaban a sus anchas en aquella Irlanda del 1969, pero también un canto sincero a la tolerancia por encima de las diferencias religiosas o políticas entre dos comunidades estancas. Con todo eso y la música de Van Morrison de fondo, es casi imposible no entrar en fase de arrobo. Mr. Branagh ha sabido muy bien como tocarnos la fibra sensible.
Puntuación @tomgut65: 7/10
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