Un accidente casero transforma una leve comedia conyugal en drama atroz y altamente perturbador. Desde ese momento ya no cabe el humor, negro o del tipo que sea, tampoco la violencia física más allá del hecho casual a todas luces involuntario que provoca lo inimaginable. Se da forma al espanto auténtico, el que cualquier progenitor, pariente, amigo, conocido o sujeto que pase por allí pueda concebir. El director de Matar a Dios, Caye Casas, no necesita recurrir a psicópatas o fuerzas demoníacas para retorcer una armonía familiar hasta límites insospechados, le basta encerrar el horror factible entre las paredes de un piso corriente y ordinario, como el de cualquier hijo de vecino, para remover las entrañas y provocar conmiseración y empatía ante semejante trance inopinado. Todo por una feísima mesita de comedor, ahí es nada.
Puntuación @tomgut65: 8/10
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