Nos deja la intrépida Burnham, el larguirucho Saru, Stamets el huraño, la dulce e ingeniosa Sylvia y todos los otros miembros de la tripulación de la Discovery tras cinco años en los que han salvado varias veces la galaxia. Viajaron por el tiempo y el espacio, reconstruyeron una maltrecha Federación dando saltos con la ayuda de unas esporas espaciales, en fin, sesenta y cinco capítulos repletos de acción, romances, nuevas formas de vida y multitud de referencias a otras series y películas de la franquicia. No ha sido de lo mejor entre todas las entregas del universo Star Trek, nosotros, en particular, la situamos unos peldaños por debajo de la Original, la Nueva Generación o la de Nuevos y extraños mundos, aun en emisión, pero ha justificado muy dignamente su existencia y los trekkies la recordarán siempre con afecto.
Esta última temporada no ha cambiado el proceder de las anteriores cuatro: la calidad infográfica ha sido siempre sobresaliente y los argumentos de tanta enjundia salvadora de todo lo salvable como nos tienen acostumbrados. Lo que no ha cambiado es el contado carisma de la capitana Michael Burnham (Sonequa Martin-Green) y sus continuos mohines de buenrollismo que casi convierten a la USS Discovery en la nave del amor, y unos subordinados que parecen una peña de amiguetes cuyo mayor problema es el color del uniforme de paseo. Si a todo lo anterior le añadimos dosis henchidas de "wokismo" nos queda algo "politically correct" hasta decir basta. De todos modos, nos vamos a centrar en lo positivo, eso es lo importante, y que pese al pronunciado bajón de la tercera temporada nos ha ofrecido agradables momentos trekiies y un epílogo -grabado a toda prisa tras la decisión precipitada de cancelar el serial- conmovedor que cierra la puerta dejando buen sabor de boca. Pero que nadie desespere, más naves y nuevas tripulaciones surcarán el espacio de la Federación y se adentrarán audazmente dónde nadie ha llegado jamás.