La guerra civil, el conflicto intestino más traumático para cualquier país, deja unas heridas que tardan décadas en cicatrizar como bien podemos comprobar en España. Pero la película de Alex Garland no aborda esas consecuencias ni las causas de una ficticia segunda guerra civil en los EE.UU., nos habla de la brutalidad, de la violencia irracional entre compatriotas a través de los ojos de unos reporteros que se adentran en lo peor del ser humano. Una road movie sin paliativos narrativos ni medias tintas, de una crudeza realista y, por tanto, estremecedora y una crítica velada, o tal vez no, a ese periodismo que busca el titular tratando de abstraerse del dolor que presencia con tal de lograr la foto, el video o el artículo que mejor capte la atención del lector y de la audiencia: primero la profesionalidad, luego, si cabe, la conmiseración. Notable producción, aunque algo lastrada por un final precipitado y previsible que no menoscaba su intensidad dramática y su valor aleccionador en tiempos de radicalización política en USA, Europa y en el mundo entero
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