Los satanistas norteamericanos reivindican su derecho a salir del armario. ¿Algo descabellado?, pues parece que no, según muestra este documental en el que da la cara, entre otros, su líder Lucien Greave. Más allá de que pueda parecer anecdótico, lo que se nos presenta es una supuesta lucha por los derechos civiles y la laicidad de las instituciones públicas y en la que el satanismo es un signo de ateísmo y/o anarquismo religioso. De forma aséptica y directa, no cabe otra, la directora Penny Lane entremezcla el chascarrillo con planteamientos de calado en una sociedad en la que el cristianismo se halla omnipresente. Redundante en buena parte, posee valor como documento testimonial de un fenómeno ascendente.
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