Arrodillado en reclinatorio habría que visionarla, diría el admirado y por siempre recordado Carlos Pumares, porque Billy Wilder aportó a la historia del cine una Ópera Magna incólume al paso del tiempo. La genialidad rebosa de principio a fin: Jack Lemmon en uno de sus más grandes papeles -no sería la primera ni la última vez que Wilder le daba la oportunidad de demostrar su inmenso talento-, Shirley McLaine, tan bella, dulce y frágil como fuerte y decidida cuando llega el momento, y Fred MacMurray representando al machismo incrustado en el mundo empresarial y por analogía en toda la sociedad. El guion -del director a cuatro manos con I.A.L. Diamond, guionista y colaborador en algunas de las mejores comedias de Mr. Wilder- mordaz y directo a la yugular de las buenas apariencias que escondían la hipocresía en grado sumo de las élites dominantes. Sin olvidar el diseño artístico de Alexandre Trauner que convirtió en icónica la elefantiásica, y de por sí estremecedora, oficina de la empresa aseguradora en la que trabajaba el protagonista. “El apartamento” es con toda seguridad la culminación de la dramedia en la imagen en movimiento sea pantalla grande, media o pequeña. Ha llovido un poco desde aquel 1960 y ha habido tiempo suficiente para igualar por lo menos la cota, aunque hay que decir que poca falta hace, con esta cumbre nos basta y no cabe enmienda.
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