Hace diez años la primera parte de esta producción neozelandesa nos sorprendió y divirtió, quizás más de lo segundo que de lo primero, gracias a su fórmula gamberra y directa y a la cantidad de hemoglobina y miembros de toda índole que salpicaban la pantalla. Esta secuela, que ha requerido mucho esfuerzo por parte de sus responsables para salir adelante, va a saco exprimiendo las bromas escatológicas y sexuales, hasta tal punto, que cae en la reiteración, dando la impresión que a nivel narrativo ya no sabían por donde seguir para estirar el chicle, con un desenlace muy descafeinado y con más de veinte minutos de duración respecto a su predecesora que le pasan factura. Un metraje más acotado, eliminando alguna escena poco inspirada, y un desarrollo con mejor ritmo e ideas algo más frescas hubieran sido suficientes para repetir éxito y ser tan divertida como esperábamos, que al final y al cabo, era el único requisito básico que no ha logrado cumplir.
Mi puntuación: 4/10






