Al igual que hiciera en 2001 Ridley Scott con Black Hawk derribado el escritor, guionista y director Alex Garland, en colaboración con el exmilitar de élite Ray Mendoza, reconstruye al detalle un hecho bélico. Si aquel sucedía en Somalia con una acción a gran escala, este se sitúa en un Irak reciente con un suceso de menor trascendencia, aunque no por ello inferior interés dramático. Es la crueldad de la guerra reflejada en un reducido pelotón asediado y cuyo único objetivo es sobrevivir, incluso por encima del cumplimiento de la misión asignada. Vemos de forma descarnada la enorme diferencia entre la estrategia, esos planes que se elaboran en los despachos del alto mando, y la táctica, las acciones sobre el terreno de soldados y oficiales encargados de llevar a término las órdenes afrontando cualquier contingencia. Cinta dura e inmersiva, el realismo categórico es uno de sus objetivos, el otro es que el espectador perciba del modo más crudo posible lo que significa el combate cara a cara con el enemigo, y la angustia, la sangre y el dolor que comporta y ante el que no hay adiestramiento que lo aminore.
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