Convertida ya en un clásico del cine más comercial y palomitero, y pese a que en muchos momentos parece un pastiche patriótico norteamericano antes que una cinta de ciencia ficción, hay que reconocerle algunas virtudes. Es entretenida, sin complejos ni falsas ínfulas artísticas, y logra hacernos reír lo suficiente como para soportar muchos de sus ridículos diálogos y a tanto machote yanki suelto. Parece casi inevitable sentir cierta simpatía por ella, aunque no nos guste reconocerlo. Por cierto, el ínclito Roland Emmerich tiene lista una tardía secuela que está al caer. Iremos a verla con ánimo indulgente.
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