El contexto histórico bélico y prebélico de la Segunda Guerra Mundial afectó inevitablemente a la industria del cine, y Hitchcock no podía sustraerse a ello. Su aportación al esfuerzo propagandístico y patriótico fue una trilogía iniciada con "Enviado especial", "Sabotaje" y la cinta en cuestión, "Náufragos". Un grupo de supervivientes de un carguero hundido acogen en su bote de salvamento a un nazi, tripulante del mismo submarino que los ha torpedeado, lo que provoca inevitables conflictos entre los protagonistas. Es en este punto dónde aparece sin ambages el maniqueísmo; el enemigo es perverso e indefectiblemente peligroso, no caben medias tintas ante su maldad intrínseca por lo que la única opción es su exterminio. Nada nuevo en cualquier conflicto, un bando ha de despojar al otro de cualquier atisbo de humanidad, así es más fácil motivar a tu gente en el empeño de alcanzar la victoria.
El gran director londinense supo sacar partido al limitado escenario de un bote en medio del mar para desarrollar un ejercicio modélico de tensión y dualidad moral, en el que entran en juego multitud de detalles y argucias argumentales y visuales, un estilo que desarrollaría en años posteriores para dejar a la posteridad una filmografía sublime. A estos aciertos se le une el idóneo tratamiento de los personajes, trazados en escasos pero significativos rasgos, aunque sin evitar los consabidos tópicos románticos que, todo hay que decirlo, siempre aparecían como norma general en el cine de la época. Propuesta poco conocida, pero bien significativa e imprescindible para todo el que quiera adentrarse en la formidable obra del genial gordo inglés.