Los niños que empezaron la serie se han hecho mayores, con cambio de actores para adelantar los tiempos de crecimiento, pero aún así necesitan que sus padres cuidadores les guíen y tiren de ellos para seguir adelante. Esta es la premisa de la temporada que cierra una serie que a lo largo de cuarenta capítulos, divididos en cuatro temporadas, nos ha contado la historia llena de altibajos de una peculiar familia, y que en su epílogo nos golpea con la sorpresa final y un mensaje muy certero sobre lo que implica tener descendencia, para bien y para mal.
Si bien la personalidad y objetivos de los vástagos han quedado un tanto difuminados en esta última entrega, al igual que los de algunos secundarios, con relevaciones metidas con calzador para darles mayor protagonismo, es su pareja protagonista la que se ha mostrado infalible, aunque con menos minutos y trama de lo deseado. Martin Freeman lo ha bordado como el irascible Paul, quien, pese a sus exageradas reacciones, si eres padre te habrás sentido identificado con sus enfados y ofuscaciones. Del mismo modo que Daisy Haggard como Ally, quien ha dejados las cosas bien claras siempre que es necesario, y que pese a que ambos se compenetran perfectamente actoralmente y como pareja ficticia, son sus diferencias las que más les han unido y nos han servido para empatizar mejor con ambos.
La vida pasa y todo acaba, es una verdad que en muchas series obvian y que por suerte los ingleses saben aplicar para finiquitar en el momento justo para no alargar innecesariamente algo que nos ha dejado buenos momentos, pero que ya había contado todo lo que tenía que contar. A partir de aquí, que se cuiden solos sus personajes y sobre todo, que la paciencia les acompañe.
Mi puntuación Temporada final: 6/10
Mi puntuación Serie completa: 6/10