El Jean-Luc Godard de los sesenta del siglo pasado experimentaba con cualquier género -musical, drama, comedia, social, político- y en el 65 se decidió por la ciencia ficción. Por ello, podemos ir a Alphaville, la capital de un planeta distópico gobernado por un computador prácticamente omnisciente, el Alpha 60, que controla en nombre de la lógica las vidas de los habitantes privándolos de los sentimientos más primarios como el amor o el deseo y de ambiciones personales para convertirlos en seres insensibles fácilmente dominables.
El cineasta francosuizo muestra un destacable talento para la anticipación; durante los casi cien minutos de narración nos habla de inteligencia artificial (en un remedo de Hal 9000, el ordenador rebelde y asesino de "2001: Una odisea del espacio" del entonces futuro 1968), de la tecnificación deshumanizadora, del aislamiento y de la insolidaridad, en fin, de muchas de esas problemáticas que el nuevo milenio ha acentuado por la excesiva presencia en nuestra sociedad de internet y las redes sociales. Es seguramente la mejor obra de Godard, ha sido y sigue siendo gran influencia posterior, desde "Blade Runner" en la estética visual o la narrativa al estilo del cine negro, hasta "La naranja mecánica", "Matrix", "Dark City", "Gattaca", por citar unos pocos ejemplos.
Una opción, en definitiva, sustanciosa para el cinéfago capaz de hallar referencias previas o posteriores a la aparición de la película y pasarlo en grande al identificarlas y, si se presta, polemizar con otros afectados por eso del séptimo arte.
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