Sin miramientos ni preámbulos, así actúa el personaje interpretado por un sublime y escalofriante Robert Mitchum, y así empieza este thriller donde el desarrollo de los personajes y su trasfondo son lo de menos, lo importante son sus ambiciones y el miedo que transmiten y sufren, llegando a trascender la pantalla y acongojando incluso al espectador más curtido. Y también destaca visualmente, con una puesta en escena y unos planos adelantados a su época que enfatizan la inquietud y el agobio presentes durante una película, que a pesar de los años, sigue impactando por la truculencia de varios comportamientos tabú y que solo flaquea mínimamente en un desatado tramo final cargado de moralina en un clásico que todo el mundo debería ver.
Mi puntuación: 8/10
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