Partiendo de una idea totalmente inverosímil el resultado aún es más increíble de lo que cabría esperar, ya que a lo largo de ciento treinta minutos, las fantasmadas no dejan de sucederse hasta formar una enorme bola de epicidad y trascendencia artificial que puede provocar sentimientos tan contrapuestos como son la vergüenza ajena, aplausos espontáneos, asombro desconcertante o admiración infinita a las personas implicadas. De este modo es tan válido calificarla de basura sin sentido como de genialidad del séptimo arte, ya que solamente un osado visionario sería capaz de invertir tanto dinero en una película de este tipo, convenciendo además a un plantel de semejante envergadura.
Justamente los dos protagonistas son los principales responsables de esta locura desatada, con un Nicolas Cage que no se conforma con sobreactuar en cada escena, sino que lo hace en cada plano. Uno podría pensar que es debido al excéntrico personaje que interpreta, pero cuando los papeles se intercambian su hiperactividad va en aumento, y no solo eso, "nicolascageiza" a Travolta hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo deleitándonos con la actuación más delirante de su carrera.
En lo referido a la acción el largometraje contiene cuatro grandes escenas: aeródromo, prisión, casa y cementerio/puerto. Todas ellas espectaculares, rebuscadas y perfectamente rodadas, aportando sin duda un alto grado de diversión al conjunto, aunque apenas ocupan la mitad del metraje. Y es que lejos de vivir de los fuegos artificiales visuales, la película se sustenta en un inconcebible guión que es consciente de su disparatada premisa, aprovechándola a las mil maravillas con escenas llenas de frases grandilocuentes, situaciones retorcidas y mucho humor negro e irreverente.
Para bien y/o para mal, estamos ante un hito del cine de los años noventa que se ha convertido en el placer culpable de muchas personas a las que no les importa lo buena o mala que sea, si no lo bien que se lo pasan cada vez que la ven.
Mi puntuación: 9/10