Hemos visto la situación antes, la familia nuclear con un marido amante, dos hijos muy guapos y una preciosa casa en un buen barrio. Solo que esta vez es evidente, desde el principio, en pequeños detalles, que esa vida perfecta es una carga y la mujer en su centro es profundamente infeliz. En una sociedad en la que se supone que la maternidad es la fuente infalible de la plenitud y la dicha, este planteamiento es chocante, y, quizás por eso, necesario. La depresión de la protagonista está bien retratada, con minuciosidad, empatía y respeto, y Gemma Arterton crea un personaje humano y creíble. Tampoco se plantean soluciones milagrosas ni frases mágicas, y esto añade profundidad y verosimilitud a un final ambiguo, pero bien resuelto.
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